El lupus se añade a la larga lista de enfermedades médicas que tienen control pero que aún no tienen cura. Existen gran variedad de tratamientos que pueden reducir los síntomas, limitar el daño a órganos vitales y disminuir la frecuencia de brotes.
La piedra angular del tratamiento del LES siguen siendo, indiscutiblemente, los corticoides debido a su gran eficacia en el control de casi cualquier manifestación lúdica. Su elevada eficacia en esta enfermedad contrasta con la gran incidencia de efectos secundarios. Por ello el objetivo terapéutico prioritario ante cualquier paciente lúpico debe ser minimizar la toxicidad del corticoide sin perder eficacia terapéutica. Para ello se recurre con frecuencia a la asociación de otros fármacos que actúan virtualmente como “ahorradores” de corticoides, como es el caso de los antiinflamatorios, los antipalúdicos o el belimumab. Los casos de lupus con afectación renal podrán requerir de inmunosupresores como la ciclofosfamida, la azatioprina, el rituximab, el epratuzumab o el micofenolato mofetilo. Los casos más refractarios y severos pueden, incluso, llegar a requerir autotrasplante de médula ósea.
Se sigue avanzando a buen ritmo en el entendimiento de los complejos mecanismos que originan y perpetúan las enfermedades autoinmunes. En este sentido el lupus es, para el reumatólogo, el paradigma de la autoinmunidad y, por tanto, es la primera enfermedad que se beneficiará de los avances en este campo.